–o de cómo Pésima Pórnot presenta el libro de Pablo Molina–
(En escena, un vestido blanco expuesto al modo de los aparadores con una estola de plumas rojas encima; a los pies del vestido: unas medias de nylon blancas con venas rojas y un par de zapatos, también blancos. Entra Krístel Guirado trajeada solo con una toalla de baño y unas dos o tres pantaletas rojas en las manos).
Cuando yo conocí a Pablo todavía era una muchacha que vivía de hacer y sentir el teatro.
Na’guará… El cuerpo de Pablo de la Cruz antojose de nacer en Lara, y digo que fue un capricho de la carne porque su alma hacía mucho que ya vagaba por las calles, otrora apiedradas, de Cabimas … Cuentan los cabimeros que vos podéis encontrarla, su alma, ebria de ritmo y oraciones en el vaivén que San Benito traza de una a otra iglesia los 28 de diciembre … La voz de la mujer que perturba amablemente el corazón de Pablo en estos días dice que el alma y el cuerpo del poeta se encontraron en Coro … Yo no lo creo, pero la voz de la mujer es dulce como su andar y eso parece que embriaga, para mi felicidad, al poeta y por eso, y solo por eso, voy a dar por verdades todo lo que salga de la boca de esa señora… Mucho tuvo que andar Pablo para dar con su espíritu… de eso sí estoy absolutamente segura… Pablo llegó a San Pedro de los Altos, caminó a un costado de la plaza para sentir el rumor del río, sacó de entre unas líneas borroneadas una piedra acorazonada y filosa y le preguntó al primer parroquiano que se le atravesó dónde podía encontrar al guerrero dueño de la lanza … Sin cansancio, sin fatiga, con viento de sobra para sus pulmones, cosa rara en ese tiempo, llegó Pablo al Topo de la Mostaza … Allí estaba Pablo sentado entre las ruinas … “Haz esperado mucho” –dijo Pablo– “No tanto, como vos” –respondió Pablo– “Me dijeron que debía mostrarte esto” “Umm … parece un mineral doloroso, mejor lo ocultamos en el nicho de hojas donde no falta la dicha por lo dicho”… “No quiero” –replicó Pablo con fuerza– “Es mía, esa piedra es mía, yo la encontré camino al bar, yo la elegí entre muchas piedras, la he llevado de rocola en rocola, la he perdido en las altas horas de la madrugada, la he puteado hasta querer olvidarla y entonces ella aparece cada mañana. Cuando me levanto, siento una pequeña pero honda punzadita en el bolsillo izquierdo de mi guayabera, y entonces sé que ella está allí, porque solo ella es el filo de la palabra donde es posible cantar la ausencia, ella es el amor, ella me duele como nada como todo y no voy a dártela” … Pablo se levantó, lo vio (yo no recuerdo bien si fue con rabia, con pena o con desdén, pero Oswaldo jura, por este puñao de cruces, que fue con soberbia) … repito, Pablo se levantó, lo vio y le dijo: “¡Entonces jódete!”. Así descendió Pablo Molina a cantar Los Teques, enamorado de una mujer, en cuerpo, alma y espíritu, loca y perdidamente enamorado de una mujer.
(Oswaldo Antonio González lee el poema “Sociego”, mientras Krístel se pone una de las pantaletas).
Diría la negrita Lourdes, para darle continuación al tema, “Por eso a todos, Pablo nos sacaba la piedra”.
Bueno, les decía que yo conocí a Pablo cuando todavía hacía teatro.
En el año 1992, yo empecé a ir y venir, como San Benito, de la vida de Oswaldo a la vida y de la vida a la vida de Oswaldo. Oswaldo siempre me decía “Guirado, usted debería conocer a Molina”; sin embargo, no fue hasta un día de mayo de 1996 que Oswaldo me confirmó el esperado encuentro: “Esta tarde vas a conocer al poeta”. ¡Válgame Dios! Y les juro que yo sólo pensé en una cosa, en la misma que pensé hoy, en la misma que intento recrearles: ¿Cómo me visto? ¿Qué me pongo? Dios, Dios… Vaga y precisa, a un mismo tiempo, es esa tarde en mis recuerdos. Nos íbamos a encontrar en el bulevar Lamas… ese que está al lado de la iglesia matriz de Los Teques, frente a la plaza Bolívar de una esquina… Yo entré al bulevar por el lado que daba al Bar “La Moderna” y Pablo era una sombra al final del bulevar, una sombra que estaba parada al lado del Culo de la Madre, una sombra que descendió las primeras escaleras del bulevar, una sombra que se hizo paso entre los jugadores de ajedrez del Makana y luego descendió las segundas escaleras para hacerse voz: “¡Alabado sea el señor, eres tú, tienes que ser tú… vamos, vamos a tomarnos una cervecita en la Oficina ¿Quieres?”… El niño que llora y la mamá que lo pellizca… y aquí estoy … en un intento cursi de hablarles de Pablo desde un teatro… un intento cursi de contarles lo incontable…
(Oswaldo lee el poema “El final de un despecho”, mientras Krístel se quita la toalla de baño y se echa a los hombros la estola de plumas).
Oswaldo nos presentó como suele Oswaldo presentar a las personas: “Guirado, él es el poeta Pablo Molina que estudió en la Escuela de Letras”. “Pablo, perdón… poeta… ella es La Guirado, que estudia en la Escuela de Letras”. “No seas necio, Oswaldo (risotada de pablo)… ya lo entiendo todo Guirado, ¿te puedo decir Guirado?” “Claro” “Guirado, yo tengo cinco años soportando a este sujeto. ¡Cómo si no me bastara con mi despecho, entonces tengo que cargar con el de él! Guirado … Guirado … yo escribí algo Guirado, espero que no te molestes y si te molestas me sabe a culo, yo te lo voy a leer”. Para ese momento ya no recuerdo en cuál calle neblinada de Los Teques estábamos ni qué extraño licor nos resguardaba la piel. El poema tenía fecha 27 de noviembre de 1992 y no pude evitar sonrojarme al saberme descubierta cuatro años antes, desnuda y febril ante la palabra de Pablo.
(Oswaldo lee el poema “En el día del atentado canta un actor”, mientras Krístel se pone las medias de nylon con venas rojas).
Cada vez que voy a encontrarme con Pablo pienso lo mismo: “¿Qué me pongo?”. Y es que la vida con Pablo ha sido una aventura. Una no sabe nunca dónde va a parar, así que una nunca sabe cómo se debe vestir. Si les contara mi vida con Pablo, nos faltaría noche para escucharla. En principio y como hecho fundamental en mi existencia, en compañía de Pablo yo conocí todos los bares de Los Teques; en compañía de Pablo yo aprendí el nombre de cada calle de la ciudad, los caminos secretos que llevan a un mismo recoveco, a un mismo vericueto; fue Pablo quien me llevó a beber a las 11 de la mañana frente al Tadeus; fue Pablo quien me habló de un tiempo anterior a mi tiempo y más allá de ése en la Escuela de Letras; a la par de sus cuentos, camino a diario los pasillos de la casa que vence las sombras y siempre que me detengo en Tierra de Nadie lo escucho decir: “Ella llegó y desde que la vi venir supe que ya no había escapatoria para mí en esta segunda vuelta”. Una tarde, subiendo para Laguneta, Pablo me cantó la estrofa más perfecta del desencuentro:
Fuimos nubes que el tiempo apartó,
fuimos piedras que siempre chocaron,
gotas del agua que el sol resecó,
borrachera que no terminamos.
Sí, Pablo me presentó deseables e indeseables: personas, lugares, situaciones, obras… pero si algo hizo Pablo importante fue llevarme al Portal de las Morochas. Bueno, eso también me llevaría mucho tiempo contarlo, así que prefiero que escuchen el poema.
(Oswaldo lee el poema “El portal de las morochas”, mientras Krístel se pone los zapatos).
La historia de este libro, para mí, comienza en el Infierno de la calle Rocio y la historia de este libro, para mí, atada a la historia personal de quienes vivimos en Los Teques, no termina en el rastro de tinta sobre el papel. Leonardo Viva Marchena habla de una voz, de la voz que Pablo tiene en este libro y yo la escucho, ciertamente, igual que él, aunque nos atemos al mástil de la nave a la sombra de un hotel de mala muerte. Entonces, Pablo dice que el libro nos gusta porque el libro es el libro necesario. Pero yo te digo, Pablo, que el libro bajó contigo del Topo de la Mostaza, escondido en el bolsillo izquierdo de tu guayabera, punzando el tono de todas tus imágenes para hacerse verso de todo cuanto te fue dado nombrar. De todos tus libros, Pablo, es Bolero como recurso final el que te da el privilegio de ser el poeta de Los Teques. En sus páginas encontramos la trampa sepia de la memoria y solo así recobramos el instante eucarístico del tiempo, la euforia de lo perdido. De todos tus libros, Pablo, es Bolero como recurso final el que desciende hasta la difícil tarea de cantar los lugares comunes del amor y es Bolero como recurso final el libro que regresa de ese abismo, convertido en piedra, sí, pero piedra filosa que insistimos en cantar y cantar y cantar. De todos tus libros, es Bolero como recurso final el libro que no te pertenece, es el libro de tu amada y tus amadas, de la mujer y de las mujeres. ¡Alabado sea el señor, que con soberbia nos cantaste, nos tocaste, nos metiste mano hasta convertir en ceniza la costilla! Nos nombraste de nuevo con el verbo conjurado de tu creación y ya no tenemos nostalgia de ninguna fruta, de ningún edén, de ninguna voz acechando en el paraíso. Finalmente, de todos tus libros Pablo, de entre los muchos libros de otros poetas, es Bolero como recurso final el libro que te vence a ti mismo, el libro en el que Pablo, en cuerpo y alma le dice a su espíritu: “¿Qué me joda? ¡Jódete vos, cabrón! Yo soy Pablo y me fue dado el destino de todas las miserias. Años camine hacia el infierno de la calle Rocio, solo y con hambre, sin aliento y solo, pero al amor nunca dije que no; mía es la piedra que encontré en Babel para nombrar de nuevo al pueblo y sus mujeres, mi dolor y tu desamparo; mía es la piedra que parece un mineral doloroso y no voy a ocultarla en el nicho de hojas donde no falta la dicha por lo dicho, voy a cantarla y putearla y cantarla de nuevo hasta quedar sin voz”.
(Oswaldo lee el poema “Las baladas no son buenas para el despecho”, mientras Krístel se pone el vestido).
Cuando te conocí, Pablo, todavía era una muchacha que vivía de hacer y sentir el teatro. Así que esa tarde, aun mismo tiempo vaga y precisa en mi memoria, decidí ponerme un vestido negro, diminuto, y unas medias negras con encaje a la rodilla y arrastre el desparpajo de mi risa hasta el sitio de conocerte y te hice espectador del almizcle y el performance de mis ebriedades… Durante años, he querido repetir la función, pero está visto que en la nostalgia no hay regreso posible. Hoy vuelvo a vestirme pata ti, Pablo, pero de blanco, porque esta vez quiero permanecer a tu lado sin el fandango de otros tiempos, quiero quedarme serena al cobijo amoroso de tus poemas…
(Oswaldo y Krístel rinden honores al poeta, dan las gracias al público, saludan y se van).