LA CANDIDA ERENDIDA BAR

     Estuve allí. No recuerdo el año con exactitud, creo que era el noventa y seis, pero lo más importante fue que llegué a la espesura, a la neblina que cubre a la ciudad de los Teques. Iba, como en muchas otras oportunidades, invitada, o de las manos de mi comadre, amiga, hermana Kristel Guirado y de mi amado amigo Oswaldo González. Ambos, para gloria del señor y nuestra, acreditados escritores.
     Mis panitas habían organizado varias actividades en el Complejo Cultural de la capital mirandina. Entre ellas ésta que si la memoria no me falla era una exposición de fotografía sobre el beso, inolvidable. Enmarcados los trabajos fotográficos en cartones de huevos ¡qué maravilla! Y los mismos pendían de un hilo de nylon, flotaban en una especie de danza de lo más nife, gracias a la incurable irreverencia de Leonardo Vivas Marchena (Leíto).
     En medio de aquel acto cultural nos encontrábamos en calidad de escribanos de poesía, el poeta William Osuna y yo. Y digo escribanos porque fungíamos como una especie de funcionarios de la palabra. Me explico mejor: nuestro papel consistía en complacer las peticiones de la gente. Escribir un poema según el antojo manifestado por el solicitante. Es decir, poemas para todo tipo de ocasión. Para el día de la madre, del padre, de la secretaría, de los enamorados; también poemas fúnebres, declaraciones amorosas, reclamos, días de cumpleaños, día del menor trabajador, fechas patrias, de divorcio y pare de contar. Además debo apuntar que éste era un sueño acariciado constantemente por Aly Pérez y por mí. Sentarnos en la plaza Bolívar de Villa de Cura, dotados de una mesita y ofrecer poemas según la necesidad a cambio de una modesta colaboración.
     Bueno, regresemos al tema. ¡Qué grato fue todo! ¡Qué bueno! Y lo mejor es este regocijo. Esta fiesta de la memoria que se jacta de repetir sin cansancio, como en una película, lo vivido. Lo cierto fue que allí estuvimos al lado de algunos funcionarios de caras largas, escribiendo papelitos, inofensivos poemas, abrazando a los asistentes, acompañados del poeta Pablo Molina, Yurimia, Gema, Gioconda y otros amigos de mis amigos. Así transcurrió más o menos la primera parte de este encuentro.
     Luego vino lo supremo. Para que todo fuese más gratificante y literario. Más amoroso y reconocimiento puro, comenzamos a descender, como corresponde a todo acto trascendente. Bajamos las escaleras nada más y nada menos que para llegar al botiquín. ¡Qué lujo! LA CÁNDIDA ERENDIRA BAR. Uno de los mejores tributos a nuestro premio Nóbel. Un establecimiento creado y diseñado por Kristel. Abierto sempiternamente. Se llega al mismo por diversas vías. Las físicas, las espirituales, las espirituosas y las virtuales. Se encienden sus luces en la memoria y se materializa su espacio en cualquier lugar donde la evocación traiga su atmósfera.
     Unos detalles más: Gioconda, su voz quebrantando más la niebla. El poeta Osuna de negro, encendiendo los faroles de la bohemia con un clavel prendido entre los labios. Yurimia en el acto solidario de quien brinda su casa con la facilidad de quien alza una copa. Oswaldo y Kristel, amigos del alma, entrañables. Kristel, la dueña de La Candida Erendida Bar, siempre.
     Salud, porque yo estuve allí. Porque pertenezco a esa encendida y amorosa barra.

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